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Ciudad de México (Muro/Segunda Temporada).- Su vida pende de tan sólo un par de cuerdas y arneses que ata durante unos 30 minutos a su cuerpo. A rapel, la artista mexicana María Antonieta Canfield se vale de saltos para crear obras de gran formato sobre fachadas de enormes edificios.

“Mi trabajo tiene cierta fascinación por la profundidad de las alturas, por el vértigo. Colgarme a rapel me da esa sensación de volar para obtener una perspectiva diferente a la hora de pintar”, reflexiona la artista, para después explicar: “Simplemente considero que exponer tu vida para realizar tus pasiones demuestra el compromiso sobre tu forma de trabajar”.

A la hora de pintar, a Canfield siempre la acompaña un guía-técnico de rapel. Colocarse el equipo tarda uno 30 minutos. No hay nada más: un muro, botes de pintura, cuerdas y arneses, un abismo de varios metros de altura y ella.

Al momento de la entrevista, Canfield ha realizado dos de los tres murales que elaborará a rapel sobre las bardas de distintos edificios, los cuales pueden apreciarse desde la zona de bar del hotel Parque México, ubicado en la colonia Hipódromo Condesa.

En el campo de las galerías, la mexicana concluyó la exposición Alimañas, bestias y figuras, donde colaboró con su colega Natalia Gantiva. Esta muestra tuvo lugar en la galería de arte Nave La esquina dos quince, ubicada en la colonia Roma, en el centro de la Ciudad de México.

Su primer contacto con el arte comienza gracias a su padre, quien es escultor. Tras el paso del tiempo, ella decidió emprender un viaje a Europa para emprender una formación artística.

La primera parada fue en Italia, donde estudió las técnicas del arte antiguo y restauración de fresco. La segunda escala se dio en Bruselas para formarse en el campo de las artes visuales y contemporáneas, pero terminó odiando las clases. Ella se percató que su verdadera escuela se encontraba en las calles tras convivir con un grupo de grafiteros que estudiaban en el mismo instituto.

La Toña, como le late que le digan sus amigos, cuenta su experiencia como creadora perteneciente a este movimiento artístico en entrevista para Muro.

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“Hay una movida muy diferente entre el streert art de Europa y el de México. Allá, por lo menos en los países del norte, hay dos tipos de artistas: ‘el chingón’ que es reconocido y asiste a los festivales internacionales, y ‘el ilegal’, al que califican como delincuente, pero sale con las suficientes agallas por las noches y a escondidas hacer lo que ama”.

“En este contexto, ser ‘chingón’ te da todas las comodidades, como conseguir todos los materiales, espacios y conectes para rayar (pintar) sin ninguna complicación, pero las autoridades te tienen muy controlado. Sin embargo, desde mi concepción, estar ‘jodido’ es la cara más chingona que puede existir de este movimiento, porque es una manifestación en contra de la norma impuesta por el sistema a pesar de encontrar muy pocos espacios”.

Canfield prosigue: “Aguas si te agarran como ilegal, porque te cobran unas multas que te cortan el pinche brazo para pagar. Lo peor es que a veces no tienes para pagar y sólo te quedas encerrado por un buen tiempo. Vaya, no hay un grafitero de clase media; allá hay de dos: chingón o jodido”.

“La mayoría de mi obra en Europa fui ilegal –agrega–. Te confieso que lo hice con orgullo, pero este hecho no me hace una delincuente ni la gran artista, simplemente me hizo demostrar quién soy”.

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Tras emprender varios proyectos en Bélgica, España y Polonia, cuenta que la vida como muralista legal-independiente en el viejo continente tiene sus propias peripecias. Y fue específicamente en la ciudad española de Bacerlona donde se enfrentó a uno de sus más grandes retos:

“Ahí nunca me pagaron. Lamentablemente tuve que regresarme a México, con mi mamá –suelta una carcajada–. Durante siete meses tuve ocho proyectos programados y todos se cayeron. Ahí no hay respeto hacia el artista. De hecho, uno de los muros lo maqueté junto con el cliente para trabajarlo a gran escala, pero la chamba final la hizo otro artista con base a mi trabajo por un costo menor. Estas situaciones me extrañan de un ciudad que tuvo un movimiento trascendente del grafiti durante los 80, pero en la actualidad te persiguen los Mossos d’Escuadra (policía catalana); el gobierno ya lo ve muy mal y existen muy pocos espacios”.

En Bélgica, donde vivió casi una década, impartió cursos artísticos de integración social en la comuna bruselense de Molenbeek, en la Casa de América Latina y con la organización Avaaz, dirigidos a jóvenes locales y extranjeros que ahora se dedican a hacer grafiti ilegal en las calles.

Sin embargo, explica que el gobierno de Bruselas tiene proyectos culturales (algunos de street art) cuya verdadera intención es “occidentalizar” a los inmigrantes y refugiados procedentes de Medio Oriente, Asia o el norte de África, quienes huyen de sus países por los conflictos armados o crisis políticas – en el caso de Siria o Líbano–, la inseguridad ocasionada por grupos yihadistas –como el Estado Islámico en Irak o Boko Haram en Nigeria, Chad o Camerún–, o las crisis económicas –tal es el caso de India, Bangladesh o Taiwán–.

“Estas organizaciones tienen planes de trabajo que pretenden occidentalizar a todos los jóvenes árabes musulmanes o de cualquier otra religión. Simplemente, a ellos les queda renunciar a sus raíces, aunque algunos adaptan toda su cultura a esta nueva forma de vida. Este es un problema racial porque los quieren enjaular, domesticar, así es la forma de recibirlos para adaptarlos”.

“En cambio –señala–, en los cursos que impartí toqué temas de género y violencia, entre otros temas sociales, con la intención de que estos chicos encontraran su propia identidad en un terreno desconocido o ajeno para ellos. Al igual que ellos, yo, como migrante mexicana, tuve que cambiar y aprender nuevas cosas para adaptarte a una nueva sociedad. Por ejemplo, cuando llegué ahí, me di cuenta que a la gente le daba miedo que los abrazara; la banda no está acostumbrada a este tipo de tratos. Sientes feo, pero tuve que cambiar y transformarme para adaptarme”.

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Canfield vivió en una comuna ocupa anarquista en el centro de la capital belga, donde realizó la mayor parte de su obra ilegalmente.

“Yo dejé de hacer murales durante varios años. Si contaba que pintaba sin permiso, inmediatamente me deportaban. En ese lapso llegó un momento que muchos integrantes de la comuna se independizaron para continuar con sus vidas; yo estaba entre ese grupo. Entonces, para sobrevivir me dediqué a la gráfica, a la ilustración. Hace como un año, cuando regresé a México, reanudé mis trabajos de gran formato. Este pinche país inspira y da esperanzas a todo aquel que la ha pasado mal durante un rato”.

Sobre México, cuenta:

“Aquí hay una movida muy grande y con muchas oportunidades; situación que no hay en Europa. Puedes preguntarle a la vecina si te presta la fachada de su casa a cambio de restaurarla y hacerle una bonita obra, o unirte a algún colectivo, como el proyecto que hay en los mercados populares de la capital. Esto con la finalidad de generar obra en las calles. Obvio, estas chambas no se autofinancian solas, debes de conseguir dinero para emprender, pero es una gestión que armas conforme avanzan tus proyectos”.

“En general, América Latina tiene ese ambiente o accesibilidad que ayudan a todas las personas a crecer, conocerse, comunicarse. Este movimiento ya tiene una perspectiva incluyente, comunitaria, donde la banda va a talleres de grabado, demostraciones de esténcil públicas; un circulo en el que todo mundo puede aprender e intercambiar a cambio de muy poco. Obvio, este tipo de programas existen en Europa, pero no tienen ni la cuarta parte de los que hay en México, porque aquí somos autogestores. Es algo nato de nuestra sociedad”, considera la entrevistada.

“Aquí encuentras una diversidad de colegas que te sorprendes, no sólo de su talento y cosmovisión, sino de su afecto y lo alivianados que son a la hora de trabajar”, puntualiza.

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La intención de María en este recinto es que varios artistas urbanos de otros estados vendan su obra y tengan oportunidades de trabajar en la ciudad, donde asegura que hay un amplio mercado para este tipo de arte, ya que muchos de ellos no tienen la oportunidad de ofertar sus trabajos o exponer.

“En la Ciudad de México existe un amplio mercado para este tipo de arte, pero vemos muy pocos trabajos de colegas de provincia. Al dueño del hotel le he propuesto que este espacio también sea una galería y lugar de exposición. Tengo grandes cuates muralistas en San Luis Potosí, Zacatecas, Oaxaca, que tienen un buen de talento y no han reconocido su arte porque trabajan en carnicerías, en tiendas locales o hasta en el campo, y en sus tiempos libres pintan, pero rótulos o hacen propaganda mural para algún politiquillo local. Vaya, mi intención aquí es que se conozca ese talento, porque también tiene tradición e historia”, concluye Canfield.

Texto: Daniel Van G.

Editó: Appel

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