El artista argentino Alaniz tiene 31 años y vive en Berlín desde hace más de cuatro. Su obra llama la atención por su crudeza, por su acercamiento con la realidad política y social en que vivimos. En septiembre pasado se llevó a cabo su primera exposición individual –La calle es un espejo– en la galería berlinesa Open Walls, un espacio enfocado en el arte público fundado en 2012 por dos franceses. Con frecuencia, en los sitios y blogs de street art se refieren al artista urbano latinoamericano como uno de los pocos que todavía trabaja en la “ilegalidad”. Alaniz aclara a Muro:

“Utilizar ese término es como una especie de latiguillo comercial, lo tengo que reconocer. Mucha gente lo utiliza, y yo también traté de usarlo para marcar una diferencia con respecto a otros artistas. Lo pongo de esta manera: lo que hago no creo que sea ilegal; la mayor parte de las veces solicito permiso para pintar y no toco piezas de otros artistas. En un espacio como Berlín, donde todo está tan lleno, se hace muy difícil encontrar lugares libres. Lo que hago mucho es pintar muros que están deteriorados, abandonados, y trato de pintar para mejorarlos e invitar al diálogo. En Alemania la burocracia es muy compleja, por lo que a veces es difícil pedir autorización, entonces me tomo la libertad de mejorar el espacio (risas)”.

Conversamos con Alaniz, quien se encuentra de viaje en la Península de Yucatán, al sur de México.

Mural de Alaniz: Killing in the name of justice, inspirado en el conflicto sirio.

Mural de Alaniz: Killing in the name of justice, inspirado en el conflicto sirio.

–Comencemos con la actualidad. Ya que te has metido en temas como el de la crisis de los refugiados en Europa o el conflicto en Siria –en este momento tengo frente a mí una foto de un mural muy crudo tuyo, “Killing in the name of justice”, en el que un hombre amenaza con degollar a un niño–, ¿qué opinión tienes sobre los atentados de París?

ALANIZ: El problema no son los atentados en sí, sino lo que pueden generar. Desgracias como ésta terminarán siendo instrumentalizadas por otros tipos de intereses. Es repudiable y horrible lo que sucedió, pero lo que más me asusta es que estos hechos se utilicen para cometer más y mayores matanzas y guerras. Es un modus operandi para la mayoría de los países: así sucedió tras los atentados de las Torres Gemelas, el de Madrid y los de Londres. Aunque se sepan ya los nombres de los terroristas y sus conexiones con el Estado Islámico, me guardo un espacio de desconfianza sobre quién es el verdadero organizador detrás de ese grupo terrorista, quienes son los verdaderos responsables. la desconfianza siempre es una herramienta positiva para el análisis y la búsqueda de la verdad.

–Entrando a tu trabajo, éste tiene una fuerte carga de mensaje político y social, de activismo, y a veces también de revuelta, algo quizás muy berlinés. ¿Cuál es el mensaje preciso que buscas incrustar en la gente?

ALANIZ: No se puede decir que intento incrustar mensajes. De hecho, mirando las obras, verás que siempre he tratado de reflejar situaciones actuales. Las imágenes que copio son fotografías de periódicos, internet o que yo mismo tomo en la calle en mis viajes. Son situaciones que no son imaginarias. No promuevo la protesta; lo único que digo es ‘miren, esto está ocurriendo’ y debería evitarse: nadie tiene ganas de protestar y exponer su vida. La gente sólo quiere vivir en paz. Pero lamentablemente hay situaciones por las que la gente se ve forzada a expresarse de esa manera. En un mundo ideal, yo lo que promovería sería la paz y la armonía entre los seres humanos. Lo único que busco es que la gente tome conciencia de la realidad que vivimos, que preste atención a lo que ocurre a su alrededor. Te aseguro que a la mayoría de la gente le toma por sorpresa lo de París y ni siquiera entiende el trasfondo político.

–¿El ambiente de Berlín remarcó tu estilo tan politizado?

ALANIZ: Nací y crecí en Argentina. La desigualdad económica que golpea a todos los países de América Latina fue algo que viví en carne propia desde muy niño. Vengo de un barrio muy humilde. En el día a día se veia ese tipo de diferencias sociales. Quizás cuando uno está más abajo en esa pirámide social, se vive de una manera más cruda: la explotación de los más pobres, la manipulación del que no tiene educación. Esa fue mi principal influencia, fue mi formación. No podría hablar de algo que desconozco. En Europa uno se olvida de lo que ocurre en el resto del mundo, justamente porque se está en una posición muy cómoda y la vida es muy bonita, ¡tal como debería ser en todos lados! Mi intención es que no se olviden las desigualdades. Mi pensamiento finalmente no es muy distinto al de cualquier empleado o subempleado latinoamericano.

Mural colaborativo de Alaniz, inspirado en la crisis de los refugiados.

Mural colaborativo de Alaniz, inspirado en la crisis de los refugiados.

–En una entrevista con Widewalls decías que tu trabajo lo veías como un diálogo con el público. Decías que el street art podía crear un espacio público donde las “imperfecciones de la sociedad” pueden ser enfrentadas y la voz de los “marginados y subyugados puede ser escuchada”…

ALANIZ: Tengo la fortuna de poder vivir de mi arte. No puedo decir que sí soy parte de eso (del mundo de los marginados). Pero ha sido la formación y mis vivencias lo que ha hecho que sea el artista que soy. Cualquier artista habla a través de su experiencia de vida.

–¿Crees que el street art está abriendo esos espacios suficientemente? ¿Le está dando voz a la gente que necesita ser escuchada?

ALANIZ: Creo que sí. El street art lo que hace es mostrar que las calles pueden ser pintadas; que puedes expresar opiniones a través de éste. Y sea lo que sea, tu opinión puede ser que la vida es hermosa y funciona todo de maravilla, y también es válido manifestarlo. Lo que importa es que la gente tenga ese espacio, sólo teniendo como límite que no sean cosas ofensivas o que promuevan ideas negativas, como el odio. A veces yo mismo me cuestiono si es correcto promover formas de manifestación tan extrema, pero al final es algo que ocurre: simplemente estoy pintando lo que pasa.

“Lo que hace el street art es abrir una puerta. Mostrar que uno puede expresarse a través del arte de manera pública. Mi obra no es 100% política; juego mucho con el contexto. Me parece muy importante que, con base en donde estés y según la situación, puedas expresar distintas cosas. Si te pones a pensar en la cantidad de artistas que han salido en los últimos años, te darás cuenta que el interés no es necesariamente político. Menos del 10% del street art tiene esa connotación. Creo que el street art que no es oscuro, sino solo decorativo, demuestra que se puede pintar todo, que no hay que condicionarse en un estilo y, al contrario, pienso que se debe celebrar la diversidad”.

–Sin embargo, también declaraste en una entrevista que te sorprendía que no hubiera más artistas latinoamericanos comprometidos con el contexto social de sus países…

ALANIZ: Eso es cierto. Es una especie de harenga de mi parte para el resto de los artistas. Es una provocación para ver si se encuentra una respuesta del otro lado…

–¿Y la has encontrado?

ALANIZ: La verdad, no me he puesto a buscarla (risas). Es una invitación al diálogo. Muchos artistas, y me incluyo, en sus comienzos han pensado, quizás, que, si uno quiere vivir de su arte, tiene que condicionar su obra, pintar cosas que sean bonitas. Lo que yo digo es: ‘muchachos, exprésense, no importa lo que tengan adentro; mientras mejor puedas expresar eso, más rica será tu obra’. No hay que tener miedo de expresar pensamientos políticos de lo que ocurre en el mundo.

Mural colaborativo de Alaniz. Madrid, España.

Mural colaborativo de Alaniz. Madrid, España.

–Precisamente, ahora estás en México, y sabes que el país atraviesa una crisis de violencia muy fuerte y de graves violaciones a los derechos humanos. ¿Los murales en México reflejan esa realidad del país? O, en todo caso, ¿deberían reflejarla?

ALANIZ: Utilizar la palabra “deber” es muy complejo. México tiene una larga historia de muralismo. Los mejores muralistas del mundo han sido mexicanos. Al menos en el siglo XX, ese movimiento fue completamente político y estaba del lado de la clase trabajadora. El billete mexicano de 500 pesos tiene la cara del muralista Diego Rivera, cuya obra es totalmente política y social. Creo que en situaciones como la que vive México se podría hacer honor a esa tradición. Al mismo tiempo, entiendo que, en esa situación tan delicada en que se encuentra el país, para los artistas es difícil exponerse tanto al expresarse y prefieran evitarse problemas. Pero aunque no se pinte, hay algo que se tiene que reconocer: la mayoría de la gente que tiene acceso a cierta información, es consciente de lo que ocurre. Lo sabe, y es solamente cuestión de tiempo para que la gente lo exprese más en la música o el arte.

–¿Tú adaptas tu trabajo cuando estás en México? Algunos de tus murales no son tan comprometidos como los que he visto que haces en Berlín…

ALANIZ: Me he encontrado en situaciones un poco raras por haber pintado cosas políticas en el DF (Ciudad de México), por ejemplo sobre Ayotzinapa. No me gustaría decir mucho de eso, sólo subrayar que sí he pintado temas políticos en México. Lo que estoy experimentando es un cambio de actitud: me doy cuenta que la violencia es inevitable en muchos aspectos, y lo único que genera es más violencia. Estoy replanteando lo que expreso en mi trabajo para tratar de construir un diálogo. La gente sólo quiere tener una vida tranquila, que sólo el diálogo permite conseguir. Estoy tratando de cambiar las cosas no tanto a través de la agresividad, sino ahora a través del diálogo y la sutileza, con una expresión más refinada, sin ser tan explícito, sea en México o en cualquier otro lado.

–Eso me lleva a algo que escribiste en relación a la exposición de tu obra en Berlín. Decías que cuando llegaste hace cuatro años a vivir a Berlín, hacías street art para provocar un cambio en la gente, pero ahora, confesabas, que habías sido un poco idealista, inocente, utópico. Comentabas que ahora querías más disfrutar el camino para lograr esos sueños; querías gozar más el proceso de creación. Escribías que, más que celebrar al artista con esa exposición, buscabas que un acercamiento de la gente a tu mente, a tu corazón y alma durante el proceso de desarrollo. Te pregunto: ¿Debo entender que ahora asumes que eres menos idealista?

ALANIZ:  En cierto modo, sí. El idealismo desmedido puede estar desconectado del mundo y no tener resultados positivos a la larga. Los fanatismos no son buenos, y hay que adaptarse al mundo, sobre todo si uno quiere trabajar con la gente, estar en contacto con ella. Por eso es bueno viajar, para conocer a las personas. No puedes promulgar un cambio si estas desligado de ellas. Hay que pasar de la teoría a la práctica, y hay que dar espacio al diálogo; uno tiene que ceder: los fanatismos, de arriba a abajo, de izquierda o derecha, siempre son negativos.

Lienzo de Alaniz para la galería Open Walls. God is a drunken bastard (Dios es un bastardo borracho).

Lienzo de Alaniz para la galería Open Walls. God is a drunken bastard (Dios es un bastardo borracho).

“Encima de todo, valoro el pensar, el análisis. Pretender ser artista urbano viniendo de Latinoamérica, dar todo de sí y trabajar en tu obra sin ninguna base, ya es bastante idealista. El idealismo se puede aplicar de muchas formas. En América Latina, la gente que trabaja día a día es idealista por pensar que puede comprarse una casa. Lo interesante es que no se puede transformar la realidad si uno no empieza por análisis propios y cambios personales.Trato de encontrar un punto intermedio que sea realista: los grandes idealismos en el siglo XX no funcionaron como esperábamos y fracasaron. Para conseguir un cambio, hay que adaptar a la realidad que vivimos las ideas que podrían haber parecido bonitas en otra época. Al final, lo que uno pretende es una mejoría en la calidad de vida de las personas”.

–Respecto a las diferencia entre Europa y América Latina a la hora de trabajar: obviamente están las materiales, pero leí algo que decías más de fondo: que el artista latinoamericano sentía la necesidad de valorizar su cultura, sobre todo la indígena; y que los europeos, al provenir de culturas diversas, eso creaba otro tipo de libertad y menos compromiso. Y cerrabas diciendo que esa “libertad” se veía reducida en el momento en que se planteaban la comercialización de su arte: los europeos, según tu dicho, no liberan su verdadero interior y, al final, su “locura expresiva es bastante controlada”. ¿A qué te refieres más precisamente cuando hablas de “control expresivo”?

ALANIZ: Es imposible generalizar. Lo que he visto es que la locura europea es un poco estudiada y calculada. En Europa, en las altas esferas del arte contemporáneo, domina el arte conceptual, que en la mayoría de los casos necesita una explicación. Es un arte que en su mayor parte se enfoca en el desarrollo intelectual de la obra, y no en la obra en sí. Reconozco que es una especie de locura, un miniuniverso que no es común a todos y que existe en la mente del artista que ha creado esa obra, pero que es bastante racionalizada. Y al ser tan pensado todo, es muy difícil ver qué tanto el artista estaba influenciado por ansias de éxito o buscaba sólo la aprobación del medio, o si es expresión pura. El artista francés Ben Vautier decía To change art destroy ego (Para cambiar el arte destruye el ego), y esa frase la tengo como fondo de pantalla…

–Hablando de eso, circula en internet un video que te compara con Banksy: se titula el Banksy berlinés… ¿te halaga, te disgusta, te hace reír o qué te despierta esa comparación?

ALANIZ: En el momento que salió me disgustó. Porque, además, no me lo consultaron. Fue para mí una sorpresa. No me gustó que compararan artistas de la misma época y cuyas diferencias saltan a la vista. Ahora me lo tomo como algo gracioso. Te refleja la ignorancia de los autores del video con respecto al arte urbano. Ahora trato de ser más precavido a la hora de hablar o dar entrevistas, y ese video quedó como una historia de color. ¡Esperemos que se olvide pronto! (risas).

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