A lo largo de cinco años el colectivo Chiquitraca ha defendido a través del street art el rescate de la identidad y las tradiciones del Istmo de Tehuantepec, una región al este del estado de Oaxaca, en el sur de México, en donde se concentra la mayor presencia indígena del país con comunidades zapotecas, zoques y huaves.
El nombre Tehuantepec proviene del náhualt y significa Cerro del jaguar (tecuani = jaguar y tépetl = cerro). Sus pobladores conservan antiquísimas tradiciones como las fiestas patronales, rituales prehispánicos y una amplia muestra gastronómica, que la convierten en una región con una amplia gama cultural.
La palabra Chiquitraca es de origen zapoteco y hace referencia a los tradicionales juegos pirotécnicos de color blanco y mecha rosa que queman los niños durante las festividades mexicanas. Estos artefactos son peculiares, pues a pesar de ser tan pequeños generan mucho ruido o daño. De ahí nombre de la formación, “pues creamos trabajos significativos para hacer grandes cambios. Por ello nuestro lema: ‘Pintar hasta explotar’”, explica Gotha, miembro fundador del movimiento, en entrevista para Muro.
En marzo de 2011 la agrupación inició el proyecto Bini laanu, palabra también de origen zapoteco que se traduce al español como Nuestra gente. Su objetivo es homenajear en vida a 20 abuelos distinguidos entre la población por los oficios que han desempeñado durante su vida en la región oaxaqueña.
El colectivo ha realizado 15 murales en todo el Istmo. En la serie de retratos destacan Ta´ Chente doy, un sobador de huesos de 114 años de edad; Na´ Juve Teco, una panadera de la localidad de Chicapa de Castro; Na´ Rosa Madu, una fabricante de fuegos pirotécnicos, o Na´ Roselia y Ta´Joel, un matrimonio de comerciantes originarios de Santa María Xadani.
La selección de los personajes no es fácil. El conjunto busca a los abuelos que han tenido trascendencia social por el oficio que desempeñaron entre la población. Al encontrar a cada uno lo entrevistan para conocer su historia y así abstraer un concepto artístico con el que retratarán al personaje. Posteriormente efectúan una sesión de fotos para realizar la obra. Al terminar el mural suben todos los registros digitales a su portal web y redes sociales.
Gotha cuenta que conseguir un muro no es sencillo, ya que la población realiza un consenso para conocer los motivos por los cuales pintarán. Los más viejos tienen la decisión final, debido a que buscan consolidar la estabilidad social en la comunidad.
“Muchas personas ya nos identifican, conocen nuestro trabajo. Hasta nos cuidan cuando intervenimos en zonas muy inseguras. Por lo general aprueban nuestros proyectos porque ven que destapamos a las nuevas generaciones esa identidad que se pierde con el paso del tiempo”, profundiza.
El también tatuador explica que no han concluido su ópera prima Bini laanu por la falta de recursos económicos, ya que no están financiados por alguna marca o el gobierno local. Otro punto es la escasez de materiales, pues muchos de ellos los traen desde la Ciudad de México o los importan.
“El 50 por ciento del capital sale de mi bolsa. Otra parte la obtenemos por medio de trabajos que hacemos de serigrafía, tatuajes o rotulación. Lo demás lo sacamos como podemos; no hay de otra. Nos ha costado mucho trabajo consolidarnos como independientes, a pesar de que muchos políticos se han acercado para hacer campaña”, platica.
También cuentan que denominan “colaboradores externos” a comerciantes de la población que les brindan materiales, alimentos o lo que se pueda para continuar con su trabajo artístico.
Los artistas visuales Hoznar Galo, Armando Tris, Daniel Poetalata y el mismo Gotha comenzaron con esta historia. Ellos se reunieron para hacer una pequeña exposición de grafiti en una galería de arte local. Pero, como una revelación, en ese momento se desarrollaba Seres queridos, un festival exclusivo de grafiti en los estados de Campeche y Nuevo León donde se pintaron obras de gran formato creadas por reconocidos escritores a nivel internacional.
“Vimos las fotografías de los trabajos y nos sorprendimos mucho. Apreciamos retratos de hasta 15 o 20 pisos de altura. Tan sólo bastaron 10 minutos para cambiar nuestra perspectiva. Nos juntamos, escogimos un nombre y decidimos hacer grandes obras con la finalidad de rescatar la esencia del Istmo a través de nuestros antepasados”, cuenta el artista.
A partir de ello, su técnica y concepto han evolucionado a gran escala, a tal grado que la población los ve como una agrupaciòn de artistas y no de “delincuentes”, como suelen llamar a los grafiteros ilegales.
Además de utilizar el spray, sus obras más recientes ya incluyen materiales acrílicos o vinílicos, lo cual da más durabilidad a las piezas, encuentran una amplia gama de colores y son de mayor accesibilidad económica.
La actual alineación consta de ocho integrantes. Todos analizan, opinan y trazan hasta alcanzar una idea o decisión concreta; pero al crear todos intervienen de manera independiente con su propio estilo sin afectar el resultado de la pieza.
“Ahora –agrega– tengo 32 años. Me siento con una gran responsabilidad porque muchos de los chavos (miembros) aún estudian y este espacio también es su escuela; una formación de vida. Después de estar 15 años en la escena, sé lo qué es carecer de algo. No les puedo dar lujos, pero sí puedo entregarme por completo para sacarlos adelante por medio de este movimiento”.
Tras concluir con el proyecto Bini laanu, Chiquitraca tiene pensado comenzar con otro plan en el que crearán murales sobre juguetes tradicionales en México.
Texto: Daniel Von G.
Editó: Appel
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